Milésimas!


Ni dios se mete en estos laberintos.
Una mujer que vive sobre las nubes se antoja.
La cosa es con un toro.
Quizá sean sus modales de toro lo que a ella le afloja las piernas, esa forma de espantarse los mosquitos tensionando un músculo.
O quizá su indiferencia por las mujeres y las nubes.
Entonces no duda. Baja a la tierra, usurpa el cuerpo de una vaca y se arrima meneando el culo.
El toro ya menos indiferente, le clava el hocico bajo la cola y lame con su lengua tibia.
Este viaje ya se pagó piensa la mujer y sus siete estómagos dan un vuelco.
El toro no tarda en montarla
la mujer no tarda en sentir el peso del toro en su cima,
el peso de su cuerpo de vaca contra el pasto,
y en el medio exacto atravesada, la verga del toro derramando una caudalosa tibieza dentro suyo.
Luego, el toro recupera la indiferencia,  la mujer su cuerpo de mujer y el pasto su brillo de siempre. Aunque la indiferencia del toro parece otra y el cuerpo de la mujer y también el brillo.

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